La primera vez que visité Alemania admitiré que no esperaba encontrar mucha luz del sol o un montón de colores. Pensaba que encontraría robustos y prácticos edificios y un cielo gris. Aunque pude ver algo de esto mientras visitaba Darmstadt, un pueblo que se encuentra a 20 minutos de Frankfurt en tren, me quedé impresionada al encontrar una colonia de artistas, una preciosa capilla ortodoxa rusa y justo al cruzar un pintoresco y pequeño puente, el Parque Rosenhöhe. Este parque fue construido en 1810 por Michael Zeyher en lo que era un viñedo, y La Rosaleda fue añadida a comienzos del siglo 20.
Era una mañana de domingo soleada cuando cruzamos al parque a través de una entrada con leones en la puerta, caminado por una carretera delimitada a cada lado por altos árboles que nos protegían de los rayos del sol, y que daban a la entrada del parque una cierta sensación de cuento. Los pequeños puntos de sol que penetraban nos alentaban a seguir caminando. Me sentí de nuevo como cuando era niña, lista para romper a correr o adelantarme al paso de mis padres para encontrarme con lo que estaría esperando al volver la siguiente esquina. A lo largo del camino había casas, algunas con la puerta de hierro forjado, otras con una arquitectura única de donde se podía imaginar a artistas trabajando en sus estudios o escritores sorbiendo una taza de té mientras tecleaban en sus portátiles. ¡Es un lugar para ser explorado!
Continuamos nuestro camino llegando a una escultura, diseñada por Karl Krolow, de un hombre caminando a favor del viento. Las partículas de viento en el camino nos llevaron, junto a los retorcidos árboles y a las flores silvestres, hasta la entrada de la rosaleda. En todo momento no podía evitar pensar que el sol del otoño daba una luz especial, una especie de magia y potencial a la mañana. Me detuve para sacar fotos, felizmente sonriente por nuestro descubrimiento.
Entramos en jardín de rosas y, aunque era otoño, todavía había unas pocas de rosas todavía con su flor. Vimos otras parejas dando un paseo y disfrutando de las vistas. Creo que lo que más me impresionó fue el hecho de que había un sentimiento de calma en el parque. Todo el mundo disfrutaba del perezoso domingo por la mañana, pero de un modo totalmente diferente a los abarrotados cafés de la cercana ciudad. Todo en el parque estaba lleno de vida y de luz.
Más tarde aprendí que el Parque Rosenhöhe había sido construido en 1810 y que fue abandonado durante las Guerras Mundiales. Ahora ha quedado al cuidado de la ciudad de Darmstadt. Ruskomendamos una visita al Parque Rosenhöhe con 5 boquerones por su encanto, su paz natural y su belleza. Si el tiempo acompaña, es un lugar perfecto para pasar un domingo en Darmstadt.