Participar en la Semana Santa de Sevilla y ver la de Málaga han sido de mis mejores experiencias en España
Las notas agudas de un flautín rompieron la noche de la primavera en Sevilla. A las dos de la madrugada la procesión ya llegaba a su fin, pero había algo mágico, algo que casi paraba el tiempo mientras estaba en el puente cerca de la Parroquia de San Bernardo. Alguien tiraba pétalos de rosa desde su balcón para cubrir la figura de la Virgen y algo en mi mente hizo “clic” grabando ese momento en mi memoria. Era mi tercer año en la universidad, estudiando en Sevilla y tocaba la trompeta en la Banda de Música de la Cruz Roja en Sevilla.
La Semana Santa en Andalucía (Sevilla y Málaga son las que he vivido yo) es una experiencia inolvidable para cualquier persona, pero participando en las procesiones me dio una perspectiva diferente sobre la Semana Santa. Las preparaciones para las procesiones de Semana Santa empiezan mucho antes del Domingo de Ramos, donde costaleros (que llevan tronos de más de 1.400 kilos con estatuas de la virgen, el Cristo y escenas tan complicadas como la última cena). Estos hombres ensayan todo el año con tronos falsos en sus barrios en los meses anteriores al evento.
Durante la cuaresma, también se pueden encontrar muchas iglesias y pueblos con pregones donde hay un tipo de sermón y la banda del pueblo toca música. La música consiste, mayormente en marchas que suenan muy tristes para un oído americano. Pero, una vez que vi como los costaleros “bailaban”, haciendo parecer que las grandes estatuas de la Virgen María y el Cristo en la cruz estaban flotando y casi parecieran estar vivos mientras se movían al compás, las marchas empezaron a parecerme perfectas.
Cada día de la Semana Santa, empezando el domingo de Ramos, encontrarás a las procesiones siguiendo un paseo desde su parroquia hasta la catedral en el centro de la ciudad y luego de vuelta. Estas procesiones tardan horas en recorrer su camino por las estrechas y serpentinas calles del centro. Cada procesión está encabezada por los nazarenos, vestidos en sus batas largas con una capucha con punta. Luego por los tronos decorados y las bandas de música, con la gente empujando y formando un grupo grande en las aceras hasta el punto de que casi no puedes pasar en algunos momentos del día.
Ya que las procesiones tardan tantas horas, no está fuera de lo normal traer agua o algo de comer para que los nazarenos y los músicos. En un punto nos turnamos para salir de la procesión y tomar un bocadillo y un refresco. En el bar (y si alguna vez has estado en España, ya sabes que hay bares en cada esquina), vi a varios costaleros, un par de nazarenos sin sus capuchas y miembros de varias bandas de música con sus uniformes distintos. Era una experiencia surrealista ver a toda esta gente en el mismo sitio donde normalmente se ve a empresarios y los amigos tomando su desayuno o un pincho de tortilla.
Creo que la cosa más importante que aprendí participando en la Semana Santa de Sevilla y viendo la de Málaga fue la importancia de las procesiones. Lejos de ser “sólo un espectáculo,” las procesiones, que también sirven como una atracción turística, siguen siendo algo profundamente importante para los miembros de las hermandades y la gente religiosa. Estuve dentro de una iglesia cuando el hermano mayor decidió cancelar una procesión debido a la lluvia y vi a hombres y niños pequeños llorando sobre la noticia. Estuve en las calles en la noche silenciosa cuando la procesión paró y salió un hombre a su balcón para cantar una saeta de devoción a la Virgen.
Mi experiencia de la Semana Santa en Sevilla me produjo una conexión importante entre Andalucía y yo, y estos momentos mágicos que en ese entonces parecían tan frecuentes. Hubo muchos descubrimientos durante ese trimestre, pero sin lugar a dudas, lo que me hizo volver a España fueron las emociones que sentí por primera vez durante esa primera Semana Santa, sus preparaciones y mi tiempo en la banda.