El pueblo de Carratraca, Málaga es conocido por el balneario de agua sulfurosa, pero ¡las calles y la gente de este pueblo son lo que nos tienen enamorados!
Hace unos años, en España, hubo una campaña para “adoptar” un pequeño pueblo. Mucha gente se había quedado sin posibles raíces con sus pueblos, ya que sus familias se habían mudado antes a las ciudades. Esto hizo (y hace) que mucha gente echara de menos visitar un pueblo para desconectar durante los fines de semana o las vacaciones de verano. Si fuera española, ¡estoy segura de que estaría entre esos adoptantes!
Me encanta todo lo relacionado con los pequeños pueblos españoles. Las calles son tan estrechas que a veces tienes que arrimarte a un portal para que los coches pasen, las casas parecen perfectas para una familia con la abuela entrando mientras corre la cortina de la puerta, las macetas perfectamente alineadas en las paredes exteriores y los preciosos tejados con sus tejas. Por estas razones, cuando nuestro amigo nos ofreció llevarnos a su pueblo natal en la sierra de Málaga, Carratraca, no lo dudamos ni un instante.
Explorando las calles del pueblo


Escogimos una fría y húmeda mañana de febrero para explorar el pueblo de Carratraca, el cuál, tal y como nos dijo nuestro amigo, estaba en uno de esos días auténticos. Aparcamos el coche en la parte baja del pueblo y caminamos desde aquí, subiendo la sinuosa Avenida de Antonio Rioboó y contemplando la vista de los campos de naranjos y limoneros sobre un cielo gris que apena dejaba ver la silueta de las montañas.


La fotógrafa que llevo dentro estaba loca de contenta ante semejante panorámica. Habíamos tomado la autovía que lleva desde Málaga a Carratraca y, aunque más rápida y segura, quizá no es la ruta más escénica. Poco después aprendimos sobre la carretera de montaña que cruza los pueblos de Ardales, Álora, el Chorro y Teba. Seguro que tiene que ser un viaje espectacular durante la primavera, especialmente si vas haciendo paradas intermedias.


Llegamos a la plaza principal del pueblo, la cuál no estaba precisamente a reventar, incluso durante el sábado por la mañana. Las pocas personas que nos cruzábamos por la calle reconocían y saludaban a nuestro amigo. “Esto es lo que tiene un pueblo pequeño”, nos contaba él, “tú sabes TODO sobre tus vecinos, ¡y ellos saben TODO sobre ti!”. “¿Cuántas personas viven hoy día en el pueblo?”, le pregunté. “Unas 800 sólo”, me respondió él. En la escuela del pueblo es posible que solo haya 4 ó 5 niños en la clase, debido a que casi todas las personas jóvenes se han mudado a la ciudad por trabajo. Esto me hizo preguntarme si algún día cambiarán las tornas y la gente empezará a volver a los pueblos. En cierto modo, no puedo decir que me disguste la idea para mí.


Deambulamos visitando la iglesia y subiendo las preciosas escaleras con sus maceteros perfectamente alineados de la Calle Alta. Una de las vecinas salió a saludarnos. Cuando me vio sacando fotos, saltó diciendo que las calles solían ser más bonitas y con muchas más macetas en las paredes. “Mira aquí”, nuestro amigo nos dijo. “Este tipo de pared, con el cemento en esparcido a cuentagotas que da la sensación de rugosidad al tocarlo, es el más típico del pueblo. Todas las demás paredes, como puedes ver, han sido restauradas”.


También vimos un azulejo específico. Parecía tener espirales blancas sobre el color del propio azulejo y muchas casas los tenían recubriendo sus ventanas. Por lo visto también fue una tendencia en el pueblo. Pequeños detalles que solo alguien que había crecido en el pueblo podría decirte, y que hacían a las calles cobrar vida de nuevo. “En esta pared solíamos afilar nuestras navajas contra las esquinas. Mira como todavía la piedra está erosionada, parece que los niños siguen haciéndolo”, nos remarcó. De algún modo, nuestro paseo por el pueblo se había convertido en algo más allá que un simple paseo recorriéndolo, estaba siendo una forma de ver que, aunque no todos tengamos “nuestro pueblo”, siempre hay algo nostálgico en volver a visitar el pueblo donde creciste.


El balneario de agua sulfurosa

El legado más famoso de Carratraca es su balneario de aguas sulfurosas. Es cierto que, mientras caminas, esas aguas de vez en cuando emiten un olor muy parecido al de los huevos podridos. Esto lo provoca el azufre del agua. El balneario ha existido desde tiempos de los romanos y sus aguas provienen de manantiales subterráneos que mantienen el agua a la temperatura de 18 grados; esto hace que sean ideales para la salud dando descanso y relajación. Durante los tiempos gloriosos del balneario en el siglo 19, “ir a los baños“ era la tendecia en viajes, algo así como pasaba en el Balneario de Lanjarón en Granada. De hecho, el pueblo ha sido testigo de grandes personajes como Lord Byron y la Emperatriz María Eugenia (esposa de Napoleón III)
La plaza de toros

A las afueras del pueblo tenemos la plaza de toros. Nuestro amigo nos explicó que habían decidido ponerla a las afueras principalmente por si un toro se escapaba, que lo hiciera campo a través y alrededor de las montañas, y no por las calles del pueblo. El ruedo en sí es bastante impresionante, ya que está hecho sobre la montaña y se ha conservado muy bien. Cada año, durante Semana Santa, el pueblo representa la Pasión de Cristo en la plaza de toros. Es una tradición donde todos los del pueblo han participado aunque sea un sola vez, y es algo que no debes pasar por alto si vas a viajar a Andalucía durante Pascua. También celebran el festival de la “Luna Mora” con velas y festejos en la plaza de toros.
El antiguo ayuntamiento

Uno de los edificios que más impresiona del pequeño pueblo de Carratraca, es su antiguo ayuntamiento. En su origen fue la casa de vacaciones de Doña Trinidad Grund, que fue más allá y se inspiró en la arquitectura árabe para incluir todo tipo de detalles, con preciosos azulejos pintados e incluso inscripiciones del Corán sobre el metal de los decorados del patio. Fue construida en 1885 y con sus tres pisos, es una mansión en toda regla. Lo que no pudimos pasar por alto fueron sus vistas. Solo la idea de salir a tu terraza, contemplar las montañas al fondo con tu huerta de limones y naranjas, sería suficiente para empezar con mi mudanza.
La Fonda Casa Pepa

Una de las principales razones para visitar Carratraca, además de conocer el pueblo, era almorzar en la Fonda Casa Pepa. Una fonda, básicamente, es un tipo de hostal que ofrece habitación y comida a muy buen precio. De hecho conocimos a un hombre de Finlandia que llevaba hospedado en la fonda muchos meses. Y podemos entender el porqué. Un fin de semana con pensión completa para dos personas, ¡cuesta 70 euros! Y lo mejor, teníamos un privilegio extra al visitar la fonda, la famosa Pepa es la TÍA de nuestro amigo.
Quizá tengas que esperar un poco para coger mesa pero, una vez estés sentado, es como estar en la sala de estar de la familia. Hay fotos de la familia, memorias, jaulas con pájaros en el patio y la perra de la familia se pasea por la entrada. No es un lugar al que ir con prisas, es para visitarlo con mucha calma, relajarse y disfrutar con familia o amigos. ¡Ah, por cierto, ven con hambre! Todo está delicioso, pero es que además ponen grandes cantidades.
Nos pusieron un litro de cerveza para compartir, tal y como si estuviéramos sentados alrededor de la mesa de nuestra cocina, y la comida comenzó a llegar. De primero nos dieron a elegir callos o paella. Pero no venían de cualquier forma, nos pusieron la olla y cada uno se servía cuantas veces quería (incluso de ambos). El segundo plato no bajó el ritmo. Nos pusieron en la mesa una bandeja de magro con tomate, una fuente de patatas fritas, huevos fritos, chorizo y otra fuente de albóndigas con salsa de almendras. Como era imposible elegir, tomamos un poco de cada. Para el postre había numerosas opciones, ¡pero no me pude resistir a probar el flan casero!
Bar La Bocacha

El único punto de La Fonda Casa Pepa es que no sirven café. Por supuesto, no nos podíamos volver a Málaga sin uno después de la gran comida. Justo al lado se encuentra el Bar La Bocacha donde puedes disfrutar de tu taza de café o té (servido con bizcocho casero) o, por qué no, ¡tu copazo! Nos refugiamos en una mesa camilla cerca de la chimenea y debajo nos encontramos con un auténtico brasero de los de toda la vida (con sus brasas recién cogidas de la chimenea). Sé que puede sonar arriesgado para los que son de fuera de España, pero los braseros son comunes ya que las casas de Andalucía están bien construidas para resistir el calor del verano, pero se quedan un poco (bastante) frías durante el invierno.
Sobre todo, nuestro viaje a Carratraca fue una maravillosa escapada por Andalucía. Estamos deseando volver a hacer senderismo por la montaña, o regresar para la feria de agosto. Si tuviéramos que adoptar un pueblo, nuestro amigo nos ha convencido absolutamente de tener a Carratraca en cuenta. Un pueblo precioso con un rica historia (¡y un balneario!). ¿Qué puede ser erróneo? Ruskomendamos una visita a Carratraca con 5 boquerones.

Divina descripción del pueblo, ando buscando info ya que descubrí que mis bisabuelos nacieron en Carratraca. Leí que hay muy pocos habitantes, algún día voy a viajar para ver si consigo saber algo más de ellos
Muy bonita narrativa, un saludo
Muchas gracias Ramón, nos alegra que te haya gustado 🙂