La Clandestina en Toledo, es uno de los mejores restaurantes que he probado en mucho tiempo. Perfecto ambiente, servicio y exquisitez en sus creaciones.
Toledo es una de las ciudades que más me ha impresionado en mucho tiempo. Mientras paseaba por sus calles me sentía dentro de un cuento medieval, sobre todo por las noches cuando la calma se apodera de la ciudad. Sus atractivos se cuentan por decenas y sus leyendas mágicas son innumerables. Pero si a todo esto le añades que fue Capital Gastronómica en 2016, entonces ya le pones la guinda al pastel. Es por esta razón que teníamos la corazonada de que íbamos a encontrar un sitio especial durante nuestra visita. Y así fue: con muchos bares recomendados cerrados el miércoles, casi sin muchas opciones y sin querer, acabamos topando con La Clandestina en Calle Tendillas.
La Clandestina continúa el proyecto que nació en 2011 con el Bar La Malquerida, que sin saber que son del mismo dueño, también comimos muy bien ahí. Se basa en la filosofía de comer tranquilo, con productos frescos y sentirte como si estuvieras en el salón de tu casa. Nada más entrar el sitio te inspira confianza. El primer espacio, que ellos llaman la taberna, está pensado para disfrutar de unos vinos de la tierra y unas tapas. Luego se accede al salón principal con toques modernos en las mesas y en la decoración, un espacio agradable y acogedor.
Fue allí donde nos recibió un simpático camarero esa noche, la cual parecía no haber dejado rastro de personas en la ciudad tras las oleadas de turistas que vimos hasta la tarde. Él nos dio la sorpresa de invitarnos al tercer espacio del restaurante y sin duda nuestro preferido: el jardín de La Clandestina. Allí es donde estaban los pocos toledanos que quedaban y no cabía duda viendo el lugar: un ambiente íntimo, relajado y romántico que invitaba a quedarse horas dejando los problemas y la vida pasar detrás. Era un momento para centrarse en la otra persona, en la comida y en las cosas felices de la vida.
Nos sentaron en una de las mesas del principio y desde el comienzo el camarero se desvivió por hacernos la velada única. A un lado había una ventana desde la cuál se podían ver los chefs y cocineros creando fantasía desde ingredientes frescos; digo fantasía adelantándome en la historia que viene, porque lo que podría haber sido simples platos, fue más allá, pero sigamos. El camarero nos dejó la carta y me recomendó un vino de la tierra. “Adelante, le dije, me has inspirado confianza” – primer acierto de la noche con el vino, ¡bien! La verdad es que la carta es de esas que te agobian: ¿porque hay muchos platos parecidos que no dicen nada? En absoluto, todo lo contrario, porque la selección de platos que había (sí todos, el 100%) me llamaban a partes iguales la atención, y mucho.
Había que elegir, así que decidimos compartir para no perder las buenas costumbres. Como entrante pedimos los Puerros asados y rustidos sobre salsa romesco y polvo de aceituna negra. ¡Menuda maravilla! Los puerros estaban perfectamente hechos y la combinación de los otros sabores elegidos con la salsa y el polvo de aceituna era una auténtica orquesta en la boca. El segundo plato que compartimos fue el Magret de pato laminado, compota de calabaza y crema de soja. Sí, lo reconozco, soy un gran amante del pato y esto era una prueba de fuego. Como podéis predecir, la pasaron con nota: el pato estaba perfectamente cocinado y la salsa para mojar, mojar y remojar.
De postre la decisión sería un clásico de los Pedro vs. Abby: limón contra chocolate. He de decir que ganó el postre con limón, pero Abby fue la que finalmente decidió que le llamaba más la atención, así que no me apuntaré el tanto. Eran Tartaletas de crema de limón y merengue con helado de coco. No me detendré mucho en explicaciones, como tampoco me detuve mucho mientras me deleitaba comiendo este postre.
Lo que pasó a continuación es algo que habitualmente no nos ocurre: repetir el restaurante dos noches seguidas. Tiene que ser un restaurante que nos embauque de tal manera, que sus sabores se queden impregnados en el cerebro pidiendo segundo asalto. Así fue con La Clandestina. Al regresar el camarero con mucha gracia nos reconoció y se notó la brillantez en la cara característica de cuando has hecho algo bien y es reconocido. El trato fue igual de bueno y la velada igual de maravillosa.
Esta vez fuimos un poco más glotones y compartimos un plato, más otro que cada uno pedimos para no compartir; sí, queríamos ser protagonista por separado de alguno de los platos. Para compartir he de decir que no fuimos muy originales, pero es que cuando algo está bien, la originalidad se sobrevalora. Fueron los puerros asados, y nuevamente estaban riquísimos. Como plato principal Abby pidió los raviolis de pasta fresca rellenos de calabaza, crema de ajetes y almendras tostadas. Sencillamente espectacular y la prueba era ver a Abby rebañando hasta los bordes.
Llegados a este punto me quiero detener para hacer un inciso. Hasta este momento el restaurante era firme candidato a ser uno de los mejores que he probado en mucho tiempo (y probamos muchos), pero faltaba una prueba definitiva. Yo soy un amante, quizá algo obsesivo, de las albóndigas. Son mi plato favorito y aunque no me suelo arriesgar en la calle porque no confío este manjar a cualquier cocinero, estando en la carta de este restaurante tenía que probarlo. Sin saberlo ellos, era un todo o nada, una apuesta que había que jugar. Allí estaba en el menú: Albóndigas de ciervo sobre parmentier de zanahoria y yuca frita.
Redoble de campanas, salivación interior y el cerebro desbordado: allí tenía el plato delante de mí, pan y tenedor en mano. Nada más partirlas ya sabía que estaba ante un gran plato y al metérmelo en la boca (esto juro que es real) se me saltó una lágrima de felicidad. Una de las mejores albóndigas que había probado en mucho tiempo. La salsa una maravilla y combinada con la parmentier un orgasmo. A partir de aquí ya nada podía fallar, lo tenían hecho. El postre esta vez sí fue el de chocolate: Cúpula de chocolate amargo con su ganache y helado de chocolate blanco. ¡Genial!
Con todo esto solo me cabe felicitar a los camareros y cocineros de este restaurante. Han conquistado al menos dos corazones y no podremos dejar de recomendarlo. La experiencia fue completa: ambiente, servicio y calidad de los platos. En cuanto al precio, a mi juicio por la experiencia completa, es más que justificado. Nosotros nos gastamos unos 20€ por persona y nos quedamos muy a gusto ambos días. Al fin y al cabo estamos hablando de creaciones y combinaciones con mucho mérito. Ruskomendamos La Clandestina con un Boquerón de Oro más que merecido por superar toda y cada una de las pruebas que nos hacen disfrutar de un restaurante. ¡Enhorabuena y a seguir así!
Información sobre La Clandestina Toledo
Ruskomendación para La Clandestina Toledo: Boquerón de Oro
- Dirección: Calle de las tendillas 3, 45002 Toledo
- Teléfono: +34 925 22 59 25
- Precio medio por persona: 15 a 20 euros
- Horario: (Jue-Mar) 12:00pm-2:30am; (Mie) 12:00pm-5:30pm; Lunes cerrado
- Web oficial